viernes, 24 de abril de 2015

Una sola victoria
tomass07 ©2015


La tarde era soleada y cálida, pero yo solo sabía del frio que el sudor en mi espalda provocaba.

Caminaba por las calles sin sentir las rodillas, sin rumbo, y además en un barrio que no conocía tan bien. Nunca se terminaba de conocer a Buenos Aires, pero no era momento para permitirme esa divagación. Miraba la gente que pasaba a mi lado sintiendo que estaba actuando, tratando de parecer un tipo normal. Me preguntaba qué sucedería en cada una de esas vidas que golpeaban impasibles contra mí, mientras yo parecía estar desplazándome en una dirección solitaria, contrario a todos. Esa mujer que venía caminando casi sobre el cordón de la vereda, con su pelo oscuro y largo cayendo deshilachado sobre un costado, con un rictus de tristeza o preocupación, que estaría afrontando? Ya estaría en su casa en un par de horas, feliz, se reiría entonces? Vería televisión con sus hijos y marido, les prepararía la comida? O estaría cuidando a su madre, anciana, postrada. Estaría en compañía de un gato, que se llamaría Terso y la acompañaría caminando por la mesada de la cocina mientras ella recalentaba una porción de tarta que trajo del trabajo? Se metería en sus sabanas disfrutando del roce suave de ese algodón recién lavado y fresco, queriendo solo descansar y olvidarse de todo? Todos los seres humanos somos tan frágiles, tan expuestos a cada intervención del destino, a que cada evento nos impacte mecánicamente ampliado hasta el espasmo?. Ese hombre que se sacaba la campera, ordenaba un poco su ropa y miraba pasar cerca suyo a una adolescente de pollera mínima y piernas fantásticas, solo le quedaría por hacer emprender el retorno, o estaría en la mitad de su jornada, o no habría jornada en absoluto y solo estaba inmerso en la letanía de dejar pasar el tiempo? Viviría en una pensión en por el barrio aquel? Quizás pasaría un rato por las ultimas horas de la Feria de Libros usados de calle Rivadavia? Estaría solo? Sin trabajo? Quizás pergeñando asesinar a un socio timador? A un jefe megalómano y perverso?... No, en realidad nada yo sabía de aquella mujer, ni de aquel hombre, ni siquiera podía saber qué circunstancias rodeaban a aquel pobre perro manchado husmeando en las bolsas caídas por desidia frente al contenedor verde puesto por la municipalidad.

Llego al cruce de la avenida y miro sin mirar el transito que parece inacabable.
Todavía no encontraba mis rodillas, sin saber si el temblor interior se trasuntaba, mientras el sudor parecía helar mi cuerpo ante la menor brisa.

Venia de encontrarme con mi ex mujer en una clínica de estudios médicos.

* * *

Me separé de Graciela hace poco más de dos años.

Los dos teníamos entonces cuarenta y cinco, y nos conocíamos y habíamos estado juntos desde la secundaria. Como fue que llego el hartazgo, difícil de explicar. Fue de a poco creo, fue creciendo; se generó una distancia que empezó a manifestarse físicamente. Recuerdo el sentimiento de anhelar estar solo, de verme rodeado por las cosas que hablaran de mí, del deseo del silencio.

Mi amigo Pedro Malbran viajaba por entonces por una beca a Latvia, y al ir a saludarlo me pidió que retuviese las llaves del departamento que tenía en Belgrano, en la calle Moldes cerca de Juramento, y que intentara ir seguido; Pedro es muy obsesivo y paranoico.  Pero así fue: ir al departamento de Moldes se convirtió en mi escape casi diario, mi pequeña fuga. Minimalista Pedro, el tres ambientes era inmenso y con  pocas cosas, dejando al living tan impersonal como a un departamento para muestra de venta. Llevé de a poco algunos libros y CDs de música.

La noche que jugaba River por la copa después de mucho tiempo, tuve la excusa: me quedaría. Graciela me escucho con toda naturalidad, en realidad muchas veces por trabajo habíamos dormido separados. Yo trabajaba desde hace años como ingeniero industrial en un laboratorio nacional que tenía una planta en Vicente López, encabezando pequeños proyectos como coordinador, no era un gran sueldo, pero la inercia del tiempo hacía que pudiera manejar mis tiempos. Por días y días quizás no hacía nada, y de golpe debíamos entregar un trabajo a un potencial socio o inversor en menos de un fin de semana. Solía quedarme hasta muy  tarde en la oficina y, a veces, usaba el sauna nunca operativo del gimnasio de la planta para dormir. O me quedaba con Amanda. Amanda era la recepcionista desde hacía tres años. Morocha, de cara redonda, piernas fuertes, cola grande pero firme, pechos separados con forma de voluta de cielorraso de artista. Linda la negra. Nos acercamos por medio de bromas, ella solo cinco anos menos que yo, casada, sin hijos. Fuimos amantes de semana, como corresponde. Lo hacíamos en la oficina en horario de almorzar, lo hacíamos en los pasillos que unían los dos viejos edificios, lo hacíamos en un pequeño deposito de la cocina, hasta lo hicimos encerrados en un baño, luego de una fiesta de fin de año, y prácticamente a la vista de todos. Por alguna razón misericordiosa todo quedaba ahí, hasta nuestras dormidas en hoteles cercanos, y la llegada tarde mutua, a veces en el viejo auto de la morocha. Para mí era mi rutina divina, me daba placer, me hacía sentir bien y pleno. Cuando comencé a ir al departamento de Pedro, Amanda me comunico que renunciaba y se iba a vivir a España con el marido. Me conto también que estaba enferma.

La soledad en el departamento de Moldes comenzó a ser una adicción para mí. Ya no quería regresar a la vieja casa de Martínez, ni me preocupaba que Graciela quedara ahí sola o tuviera miedo por las noches ante cualquier ruido. Ella trabajaba desde la casa, como Call Center Representative, titulo pomposo que significaba recordarle a la persona que quedaba esperando en línea, que su garantía había caducado un instante antes que se le rompiera lo que sea que había comprado.Usaba el teléfono y la computadora y trabajaba solamente 6 horas por día tomando llamadas que eran derivadas desde un nodo en Córdoba. Toda la vida había vivido en esa casa que heredo de sus padres, y conocía el barrio y los vecinos y los comerciantes del lugar casi como familia. El alquiler de un pequeño local en planta baja, alquilado por un peluquero punk de piernas flacas y pantalones ajustados siempre negros, daba más aire a la economía de la casa, totalmente administrada por su dueña.

Los padres de Graciela habían muerto en un accidente de auto hace tiempo, yendo a Córdoba, a las sierras, donde les gustaba veranear cada año. El golpe había sido mortal, en más de un sentido. En esa época (que año fue?, … cuando estábamos con el proyecto de los tranquilizantes?) nos encontrábamos consultando especialistas para entender porque no teníamos hijos. Ya hacía tiempo que tratábamos, o al menos no nos cuidábamos, y nada venia. Un doctor que ayudaba en el proyecto y que se había hecho amigo mío y del grupo, un día me refirió de una eminencia en el tema, y el mismo nos arreglo una cita. Fuimos muy nerviosos a esa clínica que parecía salida de una película francesa avant garde. La atención fue muy buena, pero la conclusión complicada: ensayos y más ensayos habría que hacer, muchos de ellos intrusivos, largos, molestos, que Graciela debía tomar con paciencia y bastante entereza. Lo mío, bueno, lo mío era más pedestre.

―Sus espermatozoides no tienen la calidad esperada me aseguro el Dr. Parravini, con sus lentes de leer a medias en su nariz, inclinando la cabeza y mostrando el tostado de su entre pelada y sus cabellos a la gomina peinados hacia atrás― sin embargo no es tan preocupante por ahora. Debemos avanzar con su señora. Usted cuídese, póngase en forma, haga abstinencia por un par de semanas y espere que yo le diga.

Qué edad tenia Graciela por entonces? Treinta y nueve? Si, se que abuso de los puntos de interrogación, pero estoy confundido y me siento lejos de poder identificar fechas y escenarios.

* * *

Fue al volver de un viaje a Lima, que aproveché y directamente regresé al departamento de Moldes. Tuve que soportar en el viaje las preguntas de porque había llevado tanto bolso, tanta ropa, y tanto pequeño electrodoméstico para una visita de solo tres días, pero la idea ya estaba instalada. No hubo pelea anterior, no hubo gritos, tampoco había pasión. Solo baje del avión y sentí una rara emoción al decirle al de Tienda León que iba a Belgrano. Sintiéndome en falta, jugaba con las llaves en el asiento del remise, Pedro había puesto un raro elemento en el llavero aquel, una mano judía que mostraba la sabiduría, me había explicado. Había hablado con Pedro por skype esa misma mañana, todavía faltaban cuatro meses para que volviera de Latvia y se mostró sorprendido y divertido con la idea que yo viviera ahí ese tiempo, para ver qué pasaba. Eso decía yo como eslogan de patético auto descubrimiento: quiero ver que pasa.

Esa misma noche, subiendo por el ascensor, entre bolsos y mochilas, conocí a Naomí. Yo estaba ya acurrucado en el interior y trataba de apretar el botón del piso 4 cuando ella abrió la puerta y con la voz más dulce del mundo me pregunto si había lugar para ella. Creo hubiese tirado mis cosas a la calle con tal de que esa frágil chica, joven y hermosa, de ojos verdes claros, de labios gruesos, flaca, extremadamente flaca y con esos hombros y espalda pequeña y débil, con pechos turgentes que parecían bailotear sin orden, que hacían más graciosa y al mismo tiempo más frágil su figura, me hiciera compañía. Como todo tipo maduro e impertinente hasta la imbecilidad, lo primero que pude pensar en decirle antes de bajar yo en el cuarto (ella iría hasta el octavo), lo más inteligente, lo mas… lanzado… que se me ocurrió fue: ―Que edad tenés?

Ella me miro y su respuesta fue reírse a morir.

―Ustedes, los argentinos, tienen una forma muy agresiva de acercarse― y se rió de nuevo llenándome de un perfume a pastillas de menta y resonando en un acento que no lograba identificar de donde venia. Me puse colorado, a mi edad, me puse colorado y no salí indemne de la situación: se me cayó la mochila al hacer malabares en la puerta con tan grande y pesado bolso… La mochila tenía el bolsillo de costado abierto y de ahí salió disparado el libro que venía leyendo en el avión: Escritos de un viejo indecente, de Bukowsky. Ella se inclino para ayudarme y al tomar el libro se volvió a reír con una carcajada que dio la vuelta al mundo.

―No lees en Kindle? Todavía con libros?

Suspire aliviado al ver que la risa no provenía de una lectura apreciativa del título… seguro yo tenía edad para ser su padre y ahí estaba, rehén de un encuentro.

―No lo intenté, me gusta el olor del papel ―no había caso, la creatividad se había declarado en ausencia aquella noche. ―Además no hay muchos modelos para comprar acá… Vos tenés uno? Te gusta leer, de donde sos?, no engancho tu acento... ―Ella solo rió e hizo un mohín hacia la puerta del ascensor, haciéndome notar que ya había parado en el cuarto.

―Uhh… Bajo aquí… que ruido estoy haciendo. Te cierro la puerta yo, gracias por acercarme la mochila.

“Si papá, tengo un kindle”, “Si papá, soy de Wonderland”, podría haber dicho. Pero solo me miro y saludo con la mano. Un tibio y exquisito movimiento con la mano. Apenas cerré la puerta, el ascensor voló hacia el octavo. Yo me quede apoyando el bolso contra la pared, mientras el ojo en la mano del llavero me miraba interrogativa y mi corazón se quedaba pegado a unos labios rosados intensos, unos ojos verdes y unas tetas del infierno.

* * *

Pensé en Naomí esa noche. Pensé en Naomí el día siguiente. Pensé en Naomí todos los días de la semana. Hice guardia en la puerta del ascensor, en la puerta del edificio. Hice guardia en la esquina, y hasta desde una bar a dos cuadras. Subí por las escaleras hasta el octavo, quedándome como un ratero al acecho en el descanso por horas, aguardando algún ruido.

No supe de Naomí hasta casi dos meses después, un sábado, cuando baje, de nuevo con mi bolso, lleno de ropa para llevar a lavar a un 5á´Sec. Solo el verla recostada contra la puerta, su figura realzada con un jean que dibujaba sus piernas delgadas, su cara asomándose sobre el marco de bronce, su cara…  que parecía recortada del plumín de Hugo Pratt, me acelero internamente sin preguntarme antes nada.

―Hola― dije, cuando ella todavía no había advertido mi presencia y trataba todavía de sacar la llave de la puerta, ya del lado de adentro. No entiendo porque, pero esa muchacha, entreabrió sus labios y me mostro su alegría de encontrarme antes de otra cosa. Llenó toda mi alma en un instante. Creo solo pensé en abrazarla y jurarle que la querría para siempre. Ella solo sonreía y tocando el bolso dijo: ―Es tu amigo, lo sacas a pasear?

Esa misma tarde estuvimos juntos en la cama del cuarto piso.

Recorrí su cuerpo con todas las armas que tenía: mis manos, mis pies, mi boca, mi lengua, mi verga, mi nariz. Parecía más que un cuerpo perfecto, era un ángel lascivo hecho a escala, cuya piel mostraba una edad tan tierna y jovial, con piernas y brazos y caderas que podía mover y posicionar a mi antojo. Naomí, pasiva y hermosa, me miraba y se reía divertida.

―Te reis de mí, te reis todo el tiempo, porqué? Me da miedo preguntar, pero me gustaría saber –le dije creyendo disfrutar de una fruta prohibida antes que entrara la policía a encerrarme.
 ―No es de vos, es de cómo me miras y tocas, parece que me vas a comer.-y se rio de nuevo y tapo la cara con la sabana, dejando todo su cuerpo desnudo a la intemperie como si fuera un animalito temeroso. Su vagina, entre rosada, se mostraba como una ofrenda, cuando, jugando a que abría las piernas y las cerraba en un abanico de falso temor, quedaba enfrente de mí como la flor esencial de la luz.

Acercándome, quizás también como un animal, pero éste en celo y con deseos de carne trémula y dura, la tome de la cintura y di vuelta. Su cola asomaba casi a noventa grados contra su espalda. Recorrí su piernas desde debajo de las rodillas, llevando la mano por sus muslos, mojándola en su entrepierna y anclándola entre sus nalgas, en su agujerito más pequeño. Gruño de placer y se puso en cuatro, moviéndose de manera tal que mis dedos se hundían aun más. Ella se movía hincándose más y más, gimiendo y gritando, desesperada y feliz. No pude tolerarlo más  y me pare detrás de ella, le abrí los nalgas de manera brutal  y clave mi pieza de manera tal que nos hundimos hacia delante en la cama. Yo la golpeaba y golpeaba, rebotando entre sus piernas, cadera y cintura. Ella, de golpe, divertida a más no poder y con los ojos brillantes, se zafó de mi abrazo y me tiro de costado con un golpe de caderas, se tiro el pelo para atrás mientras me miraba desde arriba y me monto subiéndose como se sube a una montura, solo que ahora gritaba y se estremecía como loca.

* * *

Graciela no tolero los estudios.

Siempre había sido muy sensible y de alguna manera no podía prestarse en la forma que se requería a que la analizaran con tanto ingreso metálico sobre su cuerpo. Finalmente abandonamos, y eso desembocó en una suerte de crisis tibia, como eran nuestros desacuerdos. Una suerte de tristeza suave con melancólica entrega. No me detuve en ese momento a ver qué consecuencias reales tendría sobre nosotros, sobre el futuro. En realidad, nunca me pregunte sobre el futuro demasiado. Creo que fue una de esas noches donde por primera vez llame a Amanda a su casa. Primero me corto, luego me llamo desde otro teléfono, que se escuchaba muy mal, muy nerviosa por mi llamado. Es cierto: existía un código no escrito, “no llamaras”.

―Negra, porque no tenés hijos? Estas en edad todavía, nunca te lo pregunte pero de golpe necesito saberlo.

El silencio del otro lado me hizo dar cuenta que había tocado una cuerda difícil.

―Porque me lo preguntas, y a esta hora, que pasa? Sucedió algo? Tu mujer…?

Yo tampoco sabía porque lo preguntaba, me había surgido de golpe la necesidad de hablar y, la verdad, no contaba con nadie cerca mio. Amanda pertenecía a un mundo paralelo, pero ella siempre me comprendía y perdonaba absolutamente todo. Así son las amantes quizás, mezcla de madres con amigas con hermanas pero siempre con el sexo como primer anhelo y punto de reunión ante emergencias…. Su abnegación inicial nos dice que aceptaran lo que se pueda dar sin recriminar por más nada. A veces es así, muchas veces es así.

―Nada, solo que… sabés que estamos con unos estudios… y la cosa no funciona. De golpe… quería saber, me preguntaba… vos y yo no nos cuidamos, nunca me dijiste de hacerlo, yo no sé cómo te cuidas vos…
―Yo no puedo tener hijos, creí que lo sabías. A Fernando se lo dije desde antes que saliéramos… así un poco nos conocimos. Cuando nos casamos ya era algo asumido. Nunca me molesto, nunca me dolió. Ahora… que vos vengas con eso… que pasa? La crisis de los 40? Vos que nunca miras un pibe de cerca, que te aburren soberanamente cuando te hablan de los hijos o los sobrinos… Che, dejate de joder, anda a la cama, encima ahora me van a preguntar que estoy haciendo afuera, si ya deje de fumar hace rato… Dale, nos vemos mañana en la planta. Besos.

Colgué sintiéndome culpable. Esa noche tarde en ir a la cama, me quedé viendo la repetición de una película que había visto hace días a medias… De múltiples encuentros y desencuentros amorosos en una suerte de relatos múltiples, que luego se van sincronizando y llenando la trama entre sí. Yo no sabía que trama prefería para mí, me sentía especialmente abatido. De no ser porque había dejado de beber alcohol hace tiempo, hubiese tomado una botella de tequila anejo, y llevado a la cama conmigo.

* * *

Pedro me había enviado un correo, diciéndome que le habían propuesto quedarse seis meses más y tener un puesto de gerente. Yo estaba en Bariloche, donde había ido a cerrar un reporte junto con consultores del Sur. Preparaba mi reporte mientras desayunaba tostadas con mermeladas artesanales y un increíblemente espumoso café que había hecho me subieran a la pieza para trabajar tranquilo. El celular vibró y vi que el nombre de Naomí se iluminaba. Raro… nunca me llamaba si sabía que estaba fuera de Buenos Aires. En realidad, no me llamaba en absoluto, su manera de comunicación era escabullirse del octavo, donde vivía con una amiga, bajar hasta el cuarto, golpear la puerta e inmediatamente empezar a tratar de derribarla, para pasar a tirarse encima mío para que la llevara en alza hasta la cama.

―Ey, que pasa? Qué raro me llames.
―Recibí una citación del ejercito, tengo que responder en 15 días.
―Citación de qué? Naomí, no juegues… Dale que tengo trabajo.
―No, es así. Cumplo veintiún años dentro de dos meses― se me paro el corazón, veinte y..? No sabía su edad… Si, realmente podía ser mi hija― y si no me presento al servicio militar pierdo la ciudadanía israelí.

Mi cabeza iba y venía, golpeaba contra los rincones de mi cráneo y contra los de la pieza de aquel hotel. Cambié de mano el celular.
―Y vos… que vas a hacer? Que querés hacer?
―Yo quiero quedarme con vos.

El viaje de regreso en avión fue surrealista. Las palabras de Naomí se replicaban de manera coral. “Quiero quedarme con vos, que vivamos juntos, que tengamos un hijo”. Dios. DIOS. D  I  O  S. Si… si quizás lo que me hacía más feliz de a ratos esos días era el saber que tenia al lado una nueva compañera de juegos joven y esplendida, que podía ser mamá. Que me daba una nueva oportunidad. Quizás era esa lo que buscaba desde hace tiempo. Recordé el llamado de Pedro, las estrellas parecían alinearse para mi, una vez al menos! Give us just one victory! Cantaba Todd Rundgrenn desde el iPod… Give us just one victory and it will be all right. De golpe me sentí bien, sentí alegría al respirar, motivación. Mierda, estaba bueno eso.

* * *

Naomí pasa delante mío llevando graciosamente una fuente con pasta hacia la mesa de la cocina

―Donde tenias eso?
―La deje que se enfriara un poco cerca de la ventana del frente, ahora le agrego un –cuando decía palabras tales como “agrego” se notaba un raro acento, mezcla de voces israelíes con algo de francés- toque de queso blanco y cebollas. Te va a encantar.

Ya hacia algunos meses que estábamos juntos, la vida parecía sonreír. Yo la miraba pasar, y casi la imaginaba como mamá. No nos cuidábamos desde que se había mudado conmigo. Gracias Pedro, que Latvia te guarde y te regale beca tras beca.


Tenía que viajar de nuevo a Perú, pero esta vez a un lugar en altura y con pronóstico de frio. Fui a la casa de Martínez temprano, antes de dirigirme a la planta. Necesitaba llevar ropa de abrigo que todavía no había mudado del todo, especialmente unos borceguíes que deje alguna vez macerándose en grasa para ablandar el cuero. Graciela me recibió con una blusa que mostraba que no tenía nada debajo, y unas calzas que hacían ver que alguna tipo de actividad estaba teniendo, con buenos resultados a la vista.

―Que bien te ves. Sos una cincuentona muy deseable.
―Eso me dijo Ramón.
―Ramón?
―El peluquero. Me comento que uno de sus clientes viene a la hora que yo vuelvo del gimnasio para verme  en calzas. El tipo se sienta a leer como esperando un turno, pero solo está atento a mí.  Sueña con mi culo, parece.

Fui al fondo, tome los borceguíes, pase por la cocina, deje los zapatos en una silla, tome a Graciela de la cintura y la arrastré a la cama de su dormitorio, sin sorprenderme de ver que debajo de esas calzas llevaba una tanga negra que yo no le conocía. Ese descubrimiento elevo aun más mi temperatura.

* * *

―Belgrano. 2Amb. Luminoso. Lavadero y patio. Quiero el patio, quiero el patio ―me dice Naomí leyendo el diario del sábado― Deberíamos ya pensar en un departamento para cuando vuelva tu amigo, no creo pueda estar tanto afuera sin regresar a ver a su familia al menos, seguro no le renuevan otra vez la beca y te llama que ya viene. Ahhh…, y el patio quiero que sea grande, para que si tenemos  un varón tenga donde correr.

La alegría de Naomí es contagiosa. Y su pensamiento sobre el futuro contrasta con mi condición de día presente. Imagino un patio, lo imagino con cerámica de color rojo, lo imagino grande. Imagino un chico corriendo, lo imagino con la viva cara de ella.

* * *

La mañana estuvo nublada, ahora hay un sol que parece querer quedarse. Camino por Av. Rivadavia, paso por la Feria de libros usados, veo que están algunos de los coleccionistas de estampillas y figuritas antiguas. A la vuelta, si no se hace tarde, pasare a dar una mirada. Chequeo de nuevo la altura de la calle, no conozco el lugar donde me citó Graciela, no soy de este barrio. La veo aparecer en la esquina, me causa gracia: ha engordado un poco. No quiero mostrar preocupación, pero lo primero que me sale es:
―Que pasa, que tenés? No quisiste decirme nada, y además, porque por acá, si todos tus médicos están por zona norte…
―Nunca me hice antes algo como esto, y  no pude tomar calmantes ni nada, solo pensé en vos para que me acompañes. Es acá a la vuelta, vamos que ya estamos tarde.

Puerta de vidrio con portero. Limpios pisos de porcellanato color marfil. Ascensor. Tercer piso. Ecografías. La sala muestra muchas parejas. El piso se comienza  a mover.

―Veintidos milímetros. Es todo un corazón que late. Escúchenlo.

Los altoparlantes resuenan. Estoy escuchando al hijo de Graciela. Estoy escuchando a mi hijo. No necesito preguntar nada, la cara de Graciela me lo confirma al sonreír. Mi hijo.






Dejé a Graciela hace ya cuarenta y cinco minutos.

Nos despedimos de manera cordial, como siempre este último tiempo. Tal como fué cuando firmamos los papeles para vender el auto. Sin conciencia de nada significativo. Tan solo hemos preferimos los dos estar casi en silencio y dejar que el entendimiento crezca desde adentro. La deje en la boca del subte mientras un aire frio crecía por mi espalda. Estoy transpirado, no siento mis rodillas, me largo a caminar como escapando a una súbita corriente de conciencia. Me resisto a pensar en lo que acabo de presenciar. Miro las caras que se me cruzan en la calle. Imagino sus vidas, un momento de sus vidas. Camino más rápido, quisiera perder el aliento. Llego al cruce de la avenida. Me inclino y tomo aire con mis manos sobre mis piernas. El aliento entra y me habla de milagros. Me incorporo. Ya reconozco donde estoy, no tan lejos de la Feria de los libros usados. Siempre me gusto ese lugar. Hay mucho que pensar, si, mucho que decidir y planificar. Pero hoy el aire está fresco y dulce y parece pacificar y dar calma. Una rara sensación sube desde arriba de mi estomago. Cuando llega a la altura de mi boca, la reconozco. Siento deseos de dar gracias. Cruzo la avenida ya transformado en otra persona, sonrío para mí y para afuera. Estoy contento. Miro los primeros puestos de la feria: primero los de filatelia, más allá se agrupan los de figuritas. Comenzaré una colección, para que luego alguien la siga y complete. Quizás un día vengamos juntos.





Somehow, someday,
We need just one victory and we're on our way
Prayin' for it all day and fightin' for it all night
Give us just one victory, it will be all right

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