Una sola victoria
tomass07 ©2015
La tarde era soleada y cálida,
pero yo solo sabía del frio que el sudor en mi espalda provocaba.
Caminaba por las calles
sin sentir las rodillas, sin rumbo, y además en un barrio que no conocía tan
bien. Nunca se terminaba de conocer a Buenos Aires, pero no era momento para
permitirme esa divagación. Miraba la gente que pasaba a mi lado sintiendo que
estaba actuando, tratando de parecer un tipo normal. Me preguntaba qué
sucedería en cada una de esas vidas que golpeaban impasibles contra mí, mientras
yo parecía estar desplazándome en una dirección solitaria, contrario a todos. Esa
mujer que venía caminando casi sobre el cordón de la vereda, con su pelo oscuro
y largo cayendo deshilachado sobre un costado, con un rictus de tristeza o
preocupación, que estaría afrontando? Ya estaría en su casa en un par de horas,
feliz, se reiría entonces? Vería televisión con sus hijos y marido, les
prepararía la comida? O estaría cuidando a su madre, anciana, postrada. Estaría
en compañía de un gato, que se llamaría Terso y la acompañaría caminando por la
mesada de la cocina mientras ella recalentaba una porción de tarta que trajo
del trabajo? Se metería en sus sabanas disfrutando del roce suave de ese
algodón recién lavado y fresco, queriendo solo descansar y olvidarse de todo?
Todos los seres humanos somos tan frágiles, tan expuestos a cada intervención
del destino, a que cada evento nos impacte mecánicamente ampliado hasta el
espasmo?. Ese hombre que se sacaba la campera, ordenaba un poco su ropa y
miraba pasar cerca suyo a una adolescente de pollera mínima y piernas
fantásticas, solo le quedaría por hacer emprender el retorno, o estaría en la
mitad de su jornada, o no habría jornada en absoluto y solo estaba inmerso en
la letanía de dejar pasar el tiempo? Viviría en una pensión en por el barrio
aquel? Quizás pasaría un rato por las ultimas horas de la Feria de Libros
usados de calle Rivadavia? Estaría solo? Sin trabajo? Quizás pergeñando
asesinar a un socio timador? A un jefe megalómano y perverso?... No, en
realidad nada yo sabía de aquella mujer, ni de aquel hombre, ni siquiera podía
saber qué circunstancias rodeaban a aquel pobre perro manchado husmeando en las
bolsas caídas por desidia frente al contenedor verde puesto por la municipalidad.
Llego al cruce de la
avenida y miro sin mirar el transito que parece inacabable.
Todavía no encontraba
mis rodillas, sin saber si el temblor interior se trasuntaba, mientras el sudor
parecía helar mi cuerpo ante la menor brisa.
Venia de encontrarme con
mi ex mujer en una clínica de estudios médicos.
* * *
Me separé de Graciela
hace poco más de dos años.
Los dos teníamos
entonces cuarenta y cinco, y nos conocíamos y habíamos estado juntos desde la
secundaria. Como fue que llego el hartazgo, difícil de explicar. Fue de a poco
creo, fue creciendo; se generó una distancia que empezó a manifestarse
físicamente. Recuerdo el sentimiento de anhelar estar solo, de verme rodeado
por las cosas que hablaran de mí, del deseo del silencio.
Mi amigo Pedro Malbran
viajaba por entonces por una beca a Latvia, y al ir a saludarlo me pidió que
retuviese las llaves del departamento que tenía en Belgrano, en la calle Moldes
cerca de Juramento, y que intentara ir seguido; Pedro es muy obsesivo y
paranoico. Pero así fue: ir al departamento
de Moldes se convirtió en mi escape casi diario, mi pequeña fuga. Minimalista
Pedro, el tres ambientes era inmenso y con
pocas cosas, dejando al living tan impersonal como a un departamento
para muestra de venta. Llevé de a poco algunos libros y CDs de música.
La noche que jugaba
River por la copa después de mucho tiempo, tuve la excusa: me quedaría.
Graciela me escucho con toda naturalidad, en realidad muchas veces por trabajo habíamos
dormido separados. Yo trabajaba desde hace años como ingeniero industrial en un
laboratorio nacional que tenía una planta en Vicente López, encabezando pequeños
proyectos como coordinador, no era un gran sueldo, pero la inercia del tiempo hacía
que pudiera manejar mis tiempos. Por días y días quizás no hacía nada, y de
golpe debíamos entregar un trabajo a un potencial socio o inversor en menos de
un fin de semana. Solía quedarme hasta muy
tarde en la oficina y, a veces, usaba el sauna nunca operativo del
gimnasio de la planta para dormir. O me quedaba con Amanda. Amanda era la
recepcionista desde hacía tres años. Morocha, de cara redonda, piernas fuertes,
cola grande pero firme, pechos separados con forma de voluta de cielorraso de
artista. Linda la negra. Nos acercamos por medio de bromas, ella solo cinco
anos menos que yo, casada, sin hijos. Fuimos amantes de semana, como
corresponde. Lo hacíamos en la oficina en horario de almorzar, lo hacíamos en
los pasillos que unían los dos viejos edificios, lo hacíamos en un pequeño
deposito de la cocina, hasta lo hicimos encerrados en un baño, luego de una
fiesta de fin de año, y prácticamente a la vista de todos. Por alguna razón
misericordiosa todo quedaba ahí, hasta nuestras dormidas en hoteles cercanos, y
la llegada tarde mutua, a veces en el viejo auto de la morocha. Para mí era mi
rutina divina, me daba placer, me hacía sentir bien y pleno. Cuando comencé a
ir al departamento de Pedro, Amanda me comunico que renunciaba y se iba a vivir
a España con el marido. Me conto también que estaba enferma.
La soledad en el
departamento de Moldes comenzó a ser una adicción para mí. Ya no quería
regresar a la vieja casa de Martínez, ni me preocupaba que Graciela quedara ahí
sola o tuviera miedo por las noches ante cualquier ruido. Ella trabajaba desde
la casa, como Call Center Representative,
titulo pomposo que significaba recordarle a la persona que quedaba esperando en
línea, que su garantía había caducado un instante antes que se le rompiera lo
que sea que había comprado.Usaba el teléfono y la computadora y trabajaba solamente
6 horas por día tomando llamadas que eran derivadas desde un nodo en Córdoba.
Toda la vida había vivido en esa casa que heredo de sus padres, y conocía el
barrio y los vecinos y los comerciantes del lugar casi como familia. El
alquiler de un pequeño local en planta baja, alquilado por un peluquero punk de
piernas flacas y pantalones ajustados siempre negros, daba más aire a la
economía de la casa, totalmente administrada por su dueña.
Los padres de Graciela
habían muerto en un accidente de auto hace tiempo, yendo a Córdoba, a las
sierras, donde les gustaba veranear cada año. El golpe había sido mortal, en más
de un sentido. En esa época (que año fue?, … cuando estábamos con el proyecto
de los tranquilizantes?) nos encontrábamos consultando especialistas para entender
porque no teníamos hijos. Ya hacía tiempo que tratábamos, o al menos no nos
cuidábamos, y nada venia. Un doctor que ayudaba en el proyecto y que se había
hecho amigo mío y del grupo, un día me refirió de una eminencia en el tema, y
el mismo nos arreglo una cita. Fuimos muy nerviosos a esa clínica que parecía
salida de una película francesa avant
garde. La atención fue muy buena, pero la conclusión complicada: ensayos y más
ensayos habría que hacer, muchos de ellos intrusivos, largos, molestos, que
Graciela debía tomar con paciencia y bastante entereza. Lo mío, bueno, lo mío
era más pedestre.
―Sus espermatozoides no
tienen la calidad esperada me aseguro el Dr. Parravini, con sus lentes de
leer a medias en su nariz, inclinando la cabeza y mostrando el tostado de su
entre pelada y sus cabellos a la gomina peinados hacia atrás― sin embargo no es
tan preocupante por ahora. Debemos avanzar con su señora. Usted cuídese, póngase
en forma, haga abstinencia por un par de semanas y espere que yo le diga.
Qué edad tenia Graciela
por entonces? Treinta y nueve? Si, se que abuso de los puntos de interrogación,
pero estoy confundido y me siento lejos de poder identificar fechas y
escenarios.
* * *
Fue al volver de un
viaje a Lima, que aproveché y directamente regresé al departamento de Moldes.
Tuve que soportar en el viaje las preguntas de porque había llevado tanto
bolso, tanta ropa, y tanto pequeño electrodoméstico para una visita de solo
tres días, pero la idea ya estaba instalada. No hubo pelea anterior, no hubo
gritos, tampoco había pasión. Solo baje del avión y sentí una rara emoción al
decirle al de Tienda León que iba a Belgrano. Sintiéndome en falta, jugaba con
las llaves en el asiento del remise, Pedro había puesto un raro elemento en el
llavero aquel, una mano judía que mostraba la sabiduría, me había explicado. Había
hablado con Pedro por skype esa misma mañana, todavía faltaban cuatro meses
para que volviera de Latvia y se mostró sorprendido y divertido con la idea que
yo viviera ahí ese tiempo, para ver qué pasaba. Eso decía yo como eslogan de patético
auto descubrimiento: quiero ver que pasa.
Esa misma noche,
subiendo por el ascensor, entre bolsos y mochilas, conocí a Naomí. Yo estaba ya
acurrucado en el interior y trataba de apretar el botón del piso 4 cuando ella
abrió la puerta y con la voz más dulce del mundo me pregunto si había lugar
para ella. Creo hubiese tirado mis cosas a la calle con tal de que esa frágil chica,
joven y hermosa, de ojos verdes claros, de labios gruesos, flaca,
extremadamente flaca y con esos hombros y espalda pequeña y débil, con pechos
turgentes que parecían bailotear sin orden, que hacían más graciosa y al mismo
tiempo más frágil su figura, me hiciera compañía. Como todo tipo maduro e
impertinente hasta la imbecilidad, lo primero que pude pensar en decirle antes
de bajar yo en el cuarto (ella iría hasta el octavo), lo más inteligente, lo
mas… lanzado… que se me ocurrió fue: ―Que edad tenés?
Ella me miro y su
respuesta fue reírse a morir.
―Ustedes, los argentinos,
tienen una forma muy agresiva de acercarse― y se rió de nuevo llenándome de un
perfume a pastillas de menta y resonando en un acento que no lograba
identificar de donde venia. Me puse colorado, a mi edad, me puse colorado y no
salí indemne de la situación: se me cayó la mochila al hacer malabares en la
puerta con tan grande y pesado bolso… La mochila tenía el bolsillo de costado
abierto y de ahí salió disparado el libro que venía leyendo en el avión: Escritos
de un viejo indecente, de Bukowsky. Ella se inclino para ayudarme y al tomar el
libro se volvió a reír con una carcajada que dio la vuelta al mundo.
―No lees en Kindle? Todavía
con libros?
Suspire aliviado al ver
que la risa no provenía de una lectura apreciativa del título… seguro yo tenía
edad para ser su padre y ahí estaba, rehén de un encuentro.
―No lo intenté, me gusta
el olor del papel ―no había caso, la creatividad se había declarado en ausencia
aquella noche. ―Además no hay muchos modelos para comprar acá… Vos tenés uno?
Te gusta leer, de donde sos?, no engancho tu acento... ―Ella solo rió e hizo un
mohín hacia la puerta del ascensor, haciéndome notar que ya había parado en el
cuarto.
―Uhh… Bajo aquí… que
ruido estoy haciendo. Te cierro la puerta yo, gracias por acercarme la mochila.
“Si papá, tengo un
kindle”, “Si papá, soy de Wonderland”, podría haber dicho. Pero solo me miro y
saludo con la mano. Un tibio y exquisito movimiento con la mano. Apenas cerré
la puerta, el ascensor voló hacia el octavo. Yo me quede apoyando el bolso
contra la pared, mientras el ojo en la mano del llavero me miraba interrogativa
y mi corazón se quedaba pegado a unos labios rosados intensos, unos ojos verdes
y unas tetas del infierno.
* * *
Pensé en Naomí esa
noche. Pensé en Naomí el día siguiente. Pensé en Naomí todos los días de la
semana. Hice guardia en la puerta del ascensor, en la puerta del edificio. Hice
guardia en la esquina, y hasta desde una bar a dos cuadras. Subí por las
escaleras hasta el octavo, quedándome como un ratero al acecho en el descanso
por horas, aguardando algún ruido.
No supe de Naomí hasta casi
dos meses después, un sábado, cuando baje, de nuevo con mi bolso, lleno de ropa
para llevar a lavar a un 5á´Sec. Solo el verla recostada contra la puerta, su
figura realzada con un jean que dibujaba sus piernas delgadas, su cara asomándose
sobre el marco de bronce, su cara… que
parecía recortada del plumín de Hugo Pratt, me acelero internamente sin
preguntarme antes nada.
―Hola― dije, cuando ella
todavía no había advertido mi presencia y trataba todavía de sacar la llave de
la puerta, ya del lado de adentro. No entiendo porque, pero esa muchacha,
entreabrió sus labios y me mostro su alegría de encontrarme antes de otra cosa.
Llenó toda mi alma en un instante. Creo solo pensé en abrazarla y jurarle que
la querría para siempre. Ella solo sonreía y tocando el bolso dijo: ―Es tu
amigo, lo sacas a pasear?
Esa misma tarde
estuvimos juntos en la cama del cuarto piso.
Recorrí su cuerpo con
todas las armas que tenía: mis manos, mis pies, mi boca, mi lengua, mi verga,
mi nariz. Parecía más que un cuerpo perfecto, era un ángel lascivo hecho a
escala, cuya piel mostraba una edad tan tierna y jovial, con piernas y brazos y
caderas que podía mover y posicionar a mi antojo. Naomí, pasiva y hermosa, me
miraba y se reía divertida.
―Te reis de mí, te reis
todo el tiempo, porqué? Me da miedo preguntar, pero me gustaría saber –le dije
creyendo disfrutar de una fruta prohibida antes que entrara la policía a
encerrarme.
―No es de vos, es de cómo me miras y tocas,
parece que me vas a comer.-y se rio de nuevo y tapo la cara con la sabana,
dejando todo su cuerpo desnudo a la intemperie como si fuera un animalito
temeroso. Su vagina, entre rosada, se mostraba como una ofrenda, cuando, jugando
a que abría las piernas y las cerraba en un abanico de falso temor, quedaba
enfrente de mí como la flor esencial de la luz.
Acercándome, quizás
también como un animal, pero éste en celo y con deseos de carne trémula y dura,
la tome de la cintura y di vuelta. Su cola asomaba casi a noventa grados contra
su espalda. Recorrí su piernas desde debajo de las rodillas, llevando la mano
por sus muslos, mojándola en su entrepierna y anclándola entre sus nalgas, en
su agujerito más pequeño. Gruño de placer y se puso en cuatro, moviéndose de
manera tal que mis dedos se hundían aun más. Ella se movía hincándose más y
más, gimiendo y gritando, desesperada y feliz. No pude tolerarlo más y me pare detrás de ella, le abrí los nalgas de
manera brutal y clave mi pieza de manera
tal que nos hundimos hacia delante en la cama. Yo la golpeaba y golpeaba,
rebotando entre sus piernas, cadera y cintura. Ella, de golpe, divertida a más
no poder y con los ojos brillantes, se zafó de mi abrazo y me tiro de costado
con un golpe de caderas, se tiro el pelo para atrás mientras me miraba desde
arriba y me monto subiéndose como se sube a una montura, solo que ahora gritaba
y se estremecía como loca.
* * *
Graciela no tolero los
estudios.
Siempre había sido muy
sensible y de alguna manera no podía prestarse en la forma que se requería a
que la analizaran con tanto ingreso metálico sobre su cuerpo. Finalmente
abandonamos, y eso desembocó en una suerte de crisis tibia, como eran nuestros
desacuerdos. Una suerte de tristeza suave con melancólica entrega. No me detuve
en ese momento a ver qué consecuencias reales tendría sobre nosotros, sobre el
futuro. En realidad, nunca me pregunte sobre el futuro demasiado. Creo que fue
una de esas noches donde por primera vez llame a Amanda a su casa. Primero me
corto, luego me llamo desde otro teléfono, que se escuchaba muy mal, muy
nerviosa por mi llamado. Es cierto: existía un código no escrito, “no
llamaras”.
―Negra, porque no tenés
hijos? Estas en edad todavía, nunca te lo pregunte pero de golpe necesito
saberlo.
El silencio del otro
lado me hizo dar cuenta que había tocado una cuerda difícil.
―Porque me lo preguntas,
y a esta hora, que pasa? Sucedió algo? Tu mujer…?
Yo tampoco sabía porque
lo preguntaba, me había surgido de golpe la necesidad de hablar y, la verdad,
no contaba con nadie cerca mio. Amanda pertenecía a un mundo paralelo, pero
ella siempre me comprendía y perdonaba absolutamente todo. Así son las amantes
quizás, mezcla de madres con amigas con hermanas pero siempre con el sexo como
primer anhelo y punto de reunión ante emergencias…. Su abnegación inicial nos
dice que aceptaran lo que se pueda dar sin recriminar por más nada. A veces es
así, muchas veces es así.
―Nada, solo que… sabés
que estamos con unos estudios… y la cosa no funciona. De golpe… quería saber,
me preguntaba… vos y yo no nos cuidamos, nunca me dijiste de hacerlo, yo no sé cómo
te cuidas vos…
―Yo no puedo tener
hijos, creí que lo sabías. A Fernando se lo dije desde antes que saliéramos… así
un poco nos conocimos. Cuando nos casamos ya era algo asumido. Nunca me
molesto, nunca me dolió. Ahora… que vos vengas con eso… que pasa? La crisis de
los 40? Vos que nunca miras un pibe de cerca, que te aburren soberanamente
cuando te hablan de los hijos o los sobrinos… Che, dejate de joder, anda a la
cama, encima ahora me van a preguntar que estoy haciendo afuera, si ya deje de fumar
hace rato… Dale, nos vemos mañana en la planta. Besos.
Colgué sintiéndome
culpable. Esa noche tarde en ir a la cama, me quedé viendo la repetición de una
película que había visto hace días a medias… De múltiples encuentros y
desencuentros amorosos en una suerte de relatos múltiples, que luego se van
sincronizando y llenando la trama entre sí. Yo no sabía que trama prefería para
mí, me sentía especialmente abatido. De no ser porque había dejado de beber
alcohol hace tiempo, hubiese tomado una botella de tequila anejo, y llevado a
la cama conmigo.
* * *
Pedro me había enviado
un correo, diciéndome que le habían propuesto quedarse seis meses más y tener
un puesto de gerente. Yo estaba en Bariloche, donde había ido a cerrar un
reporte junto con consultores del Sur. Preparaba mi reporte mientras desayunaba
tostadas con mermeladas artesanales y un increíblemente espumoso café que había
hecho me subieran a la pieza para trabajar tranquilo. El celular vibró y vi que
el nombre de Naomí se iluminaba. Raro… nunca me llamaba si sabía que estaba
fuera de Buenos Aires. En realidad, no me llamaba en absoluto, su manera de comunicación
era escabullirse del octavo, donde vivía con una amiga, bajar hasta el cuarto,
golpear la puerta e inmediatamente empezar a tratar de derribarla, para pasar a
tirarse encima mío para que la llevara en alza hasta la cama.
―Ey, que pasa? Qué raro
me llames.
―Recibí una citación del
ejercito, tengo que responder en 15 días.
―Citación de qué? Naomí,
no juegues… Dale que tengo trabajo.
―No, es así. Cumplo veintiún
años dentro de dos meses― se me paro el corazón, veinte y..? No sabía su edad…
Si, realmente podía ser mi hija― y si no me presento al servicio militar pierdo
la ciudadanía israelí.
Mi cabeza iba y venía,
golpeaba contra los rincones de mi cráneo y contra los de la pieza de aquel
hotel. Cambié de mano el celular.
―Y vos… que vas a hacer?
Que querés hacer?
―Yo quiero quedarme con
vos.
El viaje de regreso en
avión fue surrealista. Las palabras de Naomí se replicaban de manera coral.
“Quiero quedarme con vos, que vivamos juntos, que tengamos un hijo”. Dios.
DIOS. D I O S.
Si… si quizás lo que me hacía más feliz de a ratos esos días era el saber que
tenia al lado una nueva compañera de juegos joven y esplendida, que podía ser
mamá. Que me daba una nueva oportunidad. Quizás era esa lo que buscaba desde
hace tiempo. Recordé el llamado de Pedro, las estrellas parecían alinearse para
mi, una vez al menos! Give us just one
victory! Cantaba Todd Rundgrenn desde el iPod… Give us just one victory and it will be all right. De golpe me
sentí bien, sentí alegría al respirar, motivación. Mierda, estaba bueno eso.
* * *
Naomí pasa delante mío
llevando graciosamente una fuente con pasta hacia la mesa de la cocina
―Donde tenias eso?
―La deje que se enfriara
un poco cerca de la ventana del frente, ahora le agrego un –cuando decía
palabras tales como “agrego” se notaba un raro acento, mezcla de voces
israelíes con algo de francés- toque de queso blanco y cebollas. Te va a
encantar.
Ya hacia algunos meses
que estábamos juntos, la vida parecía sonreír. Yo la miraba pasar, y casi la
imaginaba como mamá. No nos cuidábamos desde que se había mudado conmigo.
Gracias Pedro, que Latvia te guarde y te regale beca tras beca.
Tenía que viajar de
nuevo a Perú, pero esta vez a un lugar en altura y con pronóstico de frio. Fui
a la casa de Martínez temprano, antes de dirigirme a la planta. Necesitaba
llevar ropa de abrigo que todavía no había mudado del todo, especialmente unos borceguíes
que deje alguna vez macerándose en grasa para ablandar el cuero. Graciela me
recibió con una blusa que mostraba que no tenía nada debajo, y unas calzas que
hacían ver que alguna tipo de actividad estaba teniendo, con buenos resultados
a la vista.
―Que bien te ves. Sos
una cincuentona muy deseable.
―Eso me dijo Ramón.
―Ramón?
―El peluquero. Me
comento que uno de sus clientes viene a la hora que yo vuelvo del gimnasio para
verme en calzas. El tipo se sienta a
leer como esperando un turno, pero solo está atento a mí. Sueña con mi culo, parece.
Fui al fondo, tome los borceguíes,
pase por la cocina, deje los zapatos en una silla, tome a Graciela de la
cintura y la arrastré a la cama de su dormitorio, sin sorprenderme de ver que
debajo de esas calzas llevaba una tanga negra que yo no le conocía. Ese
descubrimiento elevo aun más mi temperatura.
* * *
―Belgrano. 2Amb.
Luminoso. Lavadero y patio. Quiero el patio, quiero el patio ―me dice Naomí
leyendo el diario del sábado― Deberíamos ya pensar en un departamento para
cuando vuelva tu amigo, no creo pueda estar tanto afuera sin regresar a ver a
su familia al menos, seguro no le renuevan otra vez la beca y te llama que ya
viene. Ahhh…, y el patio quiero que sea grande, para que si tenemos un varón tenga donde correr.
La alegría de Naomí es
contagiosa. Y su pensamiento sobre el futuro contrasta con mi condición de día
presente. Imagino un patio, lo imagino con cerámica de color rojo, lo imagino
grande. Imagino un chico corriendo, lo imagino con la viva cara de ella.
* * *
La mañana estuvo
nublada, ahora hay un sol que parece querer quedarse. Camino por Av. Rivadavia,
paso por la Feria de libros usados, veo que están algunos de los coleccionistas
de estampillas y figuritas antiguas. A la vuelta, si no se hace tarde, pasare a
dar una mirada. Chequeo de nuevo la altura de la calle, no conozco el lugar
donde me citó Graciela, no soy de este barrio. La veo aparecer en la esquina,
me causa gracia: ha engordado un poco. No quiero mostrar preocupación, pero lo
primero que me sale es:
―Que pasa, que tenés? No
quisiste decirme nada, y además, porque por acá, si todos tus médicos están por
zona norte…
―Nunca me hice antes
algo como esto, y no pude tomar
calmantes ni nada, solo pensé en vos para que me acompañes. Es acá a la vuelta,
vamos que ya estamos tarde.
Puerta de vidrio con
portero. Limpios pisos de porcellanato color marfil. Ascensor. Tercer piso.
Ecografías. La sala muestra muchas parejas. El piso se comienza a mover.
―Veintidos milímetros.
Es todo un corazón que late. Escúchenlo.
Los altoparlantes
resuenan. Estoy escuchando al hijo de Graciela. Estoy escuchando a mi hijo. No
necesito preguntar nada, la cara de Graciela me lo confirma al sonreír. Mi
hijo.
Dejé a Graciela hace ya
cuarenta y cinco minutos.
Nos despedimos de manera
cordial, como siempre este último tiempo. Tal como fué cuando firmamos los
papeles para vender el auto. Sin conciencia de nada significativo. Tan solo hemos
preferimos los dos estar casi en silencio y dejar que el entendimiento crezca
desde adentro. La deje en la boca del subte mientras un aire frio crecía por mi
espalda. Estoy transpirado, no siento mis rodillas, me largo a caminar como
escapando a una súbita corriente de conciencia. Me resisto a pensar en lo que
acabo de presenciar. Miro las caras que se me cruzan en la calle. Imagino sus
vidas, un momento de sus vidas. Camino más rápido, quisiera perder el aliento.
Llego al cruce de la avenida. Me inclino y tomo aire con mis manos sobre mis
piernas. El aliento entra y me habla de milagros. Me incorporo. Ya reconozco
donde estoy, no tan lejos de la Feria de los libros usados. Siempre me gusto
ese lugar. Hay mucho que pensar, si, mucho que decidir y planificar. Pero hoy
el aire está fresco y dulce y parece pacificar y dar calma. Una rara sensación
sube desde arriba de mi estomago. Cuando llega a la altura de mi boca, la
reconozco. Siento deseos de dar gracias. Cruzo la avenida ya transformado en
otra persona, sonrío para mí y para afuera. Estoy contento. Miro los primeros
puestos de la feria: primero los de filatelia, más allá se agrupan los de
figuritas. Comenzaré una colección, para que luego alguien la siga y complete.
Quizás un día vengamos juntos.
Somehow, someday,
We need just one victory and we're on our way
Prayin' for it all day and fightin' for it all night
Give us just one victory, it will be all right
We need just one victory and we're on our way
Prayin' for it all day and fightin' for it all night
Give us just one victory, it will be all right